Le entrego una caja envuelta con papel dorado que reluce bajo el fuego.
—En su interior están la llave del abismo y la cadena con la que tendrás que atar al dragón una vez sea derrotado —le recuerdo.
—La protegeré con mi vida —contesta Mumiah abrazándose a ella.
Como jefe del ejército celestial bato mis alas, elevándome sobre las ruinas humeantes de la ciudad de Jerusalén y desenvaino mi espada.
—¡Ha llegado la hora! Allí —grito señalando al horizonte—, en el monte Megido, se está reagrupando el ejército de las tinieblas. Volaremos hacia el enemigo y acabaremos con ellos.
Los gritos de los ángeles me transmiten la confianza necesaria para consumar nuestro sino. Estamos a un paso de lograrlo: es nuestra última batalla y somos conscientes de que la paz está en nuestra manos.
Soy el primero en volar hacia al enemigo, no obstante, instantes después, tengo todo un ejército de ángeles a mis espaldas. Volamos tan rápido como podemos, pero a poca distancia de la ciudad somos atacados. Una enorme bestia emerge de entre las nubes y aniquila a varios de los nuestros con su llamarada.
—¡El dragón! —gritan al verlo.
Conseguimos recomponernos. Nuestra superioridad numérica nos permite rodearlo y empezar un ataque sincronizado que hace que en poco tiempo caiga derribado al suelo.
—¡A por él! —ordeno a mi ejército.
Los supervivientes vuelan hacia el dragón y lo inmovilizan mientras Mumiah se acerca a la bestia. Sonrío ante nuestra victoria cuando una lanza pasa por delante de mí e impacta en la espalda del ángel. Mumiah cae al suelo y el dragón aprovecha esa confusión para liberarse de sus captores.
Me vuelvo buscando al asesino y allí esta él, el líder del ejército de las tinieblas.
—¡Abadón! —grito consumido por la ira—. ¡Pagarás por esto!
Vuelo hacía él y le lanzo un tajo con la espada que esquiva sin problemas. Continúo atacando sin darle tregua. Abadón se ríe de mis equívocos intentos de herirlo. Su velocidad y determinación en el combate me superan con creces. Con un rápido movimiento se coloca a mi espalda, me golpea con fuerza en la nuca e impacto violentamente contra el suelo.
Pese al dolor que siento trato de levantarme. Quiero continuar con la batalla, aunque a duras penas consigo aguantar el equilibrio. Una cortina de polvo me rodea, pero consigo distinguir un haz, procedente de una espada concebida por las mismas llamas del fuego abisal, aproximándose a mí. Cuando creo que he esquivado el golpe, vuelvo a escuchar la risa de Abadón a mi espalda. Noto un intenso y enorme dolor cuando el filo de la espada cercena mis alas. Caigo de rodillas y contemplo como éstas desaparecen cuando tocan el suelo.
La nube de polvo se ha disipado y veo como la bestia está acabando con mi ejército. Abadón vuela hacia los escasos ángeles que aún hacen frente al dragón y comienza a masacrarlos ante mis ojos.
—No… —susurro desmayándome en el suelo incapaz de soportar tanto dolor.