Todavía noto el regusto de la Amanita que acabo de comerme cuando comienzo a sentir una ligera alegría que me invade poco a poco. No sé si es un efecto placebo, pero la brisa que corre por la azotea me hace sonreír.
Sentado en la silla contemplo miles de luces que inundan el lugar, expandiéndose a mis pies. Me levanto y siento un ligero desequilibrio que me hace agarrarme con fuerza a la barandilla.
Respiro profundamente y cierro los ojos. Al abrirlos las diminutas luces de la ciudad danzan por todas partes como si de un baile se tratase. Extiendo los brazos e inhalo aire hasta llenar mis pulmones.
La felicidad me posee y situado en lo más alto del edificio me creo capaz de volar cual pájaro. Me quito la chaqueta y cierro los ojos para prepararme para continuar con este viaje.
La cabeza me da vueltas y una ráfaga de imágenes me nublan los sentidos. El aire me oprime el pecho, la felicidad se torna tristeza, y la sonrisa se deforma hasta convertirse en una mueca grotesca.
Me dejo caer al suelo y trato de contener una arcada. No lo consigo, por lo que cierro los ojos y noto unas lágrimas que los humedecen. El corazón me late con rapidez e intento respirar pausadamente. Segundos después, al abrir los ojos, descubro la totalidad de la Muscaria flotando sobre el vómito en diminutos trozos.